EL
MUNDO SINTETIZADO EN UN LIENZO
“Entre las actividades más nobles del ingenio
humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte
religioso y su cumbre, que es el arte sacro.
Estas, por su naturaleza, están relacionadas con la
íntima belleza de Dios, que intentan expresar de alguna manera por medio de
obras humanas. Y tanto más pueden dedicarse a Dios y a contribuir a su alabanza
y gloria, cuanto más lejos están de todo propósito que no sea colaborar lo más
posible con sus obras para orientar
santamente los hombres hacia Dios”
¿Por
qué comenzar con esta citación? Porque es precisamente esto lo que sucede en la
vida de Henri J. Nouwen cuando observa por primera vez en Trosly, el cuadro de Rembrandt “El regreso del Hijo Pródigo.” Lo orientó
santamente hacia Dios, pues en él pudo comprender la historia que Jesús contó
una vez: “La parábola del Hijo Prodigo” El solo hecho de observar ese cuadro lo
encaminó a un redescubrimiento de su vida espiritual, de su reconocimiento de “hijo amado del Padre”, hermano de muchos
hombres en el ambiente eclesial y, por supuesto del verdadero sentido del
ministerio sacerdotal de Nuestro Señor Jesucristo: Ser un Padre misericordioso
que acoge a todos como sus hijos más amados.
Todo
lo enunciado anteriormente lo expresa claramente él en cada uno de sus
capítulos. Primero lógicamente situándose y encarnando a aquel hombre
harapiento, triste, sin cabello, pero, iluminado por la luz que proviene del
Padre, luz que no más que otra cosa que la misericordia que nos hace hijos
nuevamente, que nos recibe en un abrazo perpetuo lleno de amor incondicional.
Entonces es el cuadro quien lo lleva a reflexionar en cada parte de la
parábola: salir de casa, eliminar al Padre de la propia existencia reclamando
lo que a Él pertenece, puesto, que cada uno de los dones que Dios ha regalado
son dirigidos a Él mismo no a nosotros, para nuestra propia vanagloria en un
mundo que los absorbe hasta agotarlos y después desecharnos para convertirnos
en algo peor que los cerdos, (parafraseando una frase dicha por el presbítero
Pedro Nel Quinchía “somos peor que la
nada, pues, la nada no peca” somos
peor que los cerdo, pues, los cerdos no pecan). Y finalmente le hace entender
que cuando todo parece perdido aparece “la
voz del amor” que clama
constantemente en su interior llamándolo a casa diciendo: “Tú eres mi hijo amado en quien me complazco”
una voz que llama desde el centro del ser que en definitiva es el hogar.
Allí
pues en medio del lodo y acompañado
únicamente de los cerdos y cuando todo se ha perdido se puede entrar en lo más
profundo del ser. Y encontrar que deseaba que lo trataran como a un cerdo, ya
que, por lo menos al cerdo se le consideraba un ser existente para alguien (el
dueño de la jauría), podremos darnos cuenta que no somos cerdos, sino, seres
humanos, hijos de Dios y comprender que en el principio solo existe el de deseo
de vivir no de morir, y finalmente escuchar la voz del Padre que llama.
El
padre Henri J. Nouwen se recapacita y dice: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pande sobra mientras que yo aquí
me muero de hambre! Me pondré en camino,
volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya
no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”Y
en cada uno de las frases que dice desarrolla una experiencia de la misericordia
de Dios.
Ahora bien, observando la bienvenida que hizo
el Padre al hijo en el cuadro de Rembrandt, se puede sentir en carne propia lo
que el autor quiere expresarnos en sus letras. Es sentir un abrazo cargado de
ternura y amor, que no pide explicaciones sino que celebra su regreso.
Es
inevitable fijarse en la propia vida y hacernos la pregunta ¿soy el hijo menor
de la parábola?, pero es más inevitable pensar en el perdón de Dios, desearlo,
buscarlo, ponerse en pie y dirigirse a la casa del Amado y decirle: “he pecado
contra el cielo y contra Ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo” para así poder
realmente sentir en carne propia lo que expresa el cuadro, lo que vivió el
padre Henri y lo que han vivido miles de hombres que no se detienen ante todo el
sufrimiento que genera estar lejos de Dios y se han dejado morir.
En
segundo lugar Henri J. Nouwen encarna al hijo mayor. Un hombre lleno de
oscuridad resentimiento, envidia, crítica y miedo.
Cuando
se reflexionan cada una de las palabras que Henri desarrolla en su segundo
capítulo de esta obra, inmediatamente llega a nuestra mente y corazón una
terrible cachetada, pues, es el hijo mayor a quien nos parecemos muchos de los
seminaristas y sacerdotes, somos más parecido a el hombre que se queda en casa que al hijo rebelde que sale como un loco a
buscar nuevas aventuras (este quizá es menos pecador que nosotros, pues, él
solo buscaba felicidad en su infantil forma de ver el mundo), nosotros en
cambio nos quedamos en casa “envidiando
al hermano menor” porque él puede
hacer cosas que nosotros por nuestro “moralismo” (quizá por nuestro fariseísmo)
no somos capaces de realizar.
Somos
más bien un montón de hombres resentidos porque vemos como muchos de nuestro
hermanos regresan a casa, son acogidos felizmente y nacen a una nueva vida,
vida que nosotros infravaloramos,puesto, que como decía Pablo VI: “son palos descortezados y cepillados, bien
barnizados en ocasiones, pero que ya no ahondan en sus raíces en el martillo de
la humanidad, que ya no dan yemas ni racimos: palos bajos, palos muertos, que
sirven, todo lo más para construir empalizadas y barreras, para sostener
carteles, con prohibiciones y reglamentos.”
Todas
estas palabras del Pontífice nos caen como anillo al dedo, estamos llenos de
normas que como decía el Padre Henri “se
convierten en una cruz pesada no la ley liberadora.” Qué triste es observar
que nos hemos en hijos mayores, que nuestro rostro es iluminado por la
misericordia de Dios, pero, nuestras manos están atadas a nuestros
resentimientos y por eso nunca nos hemos atrevido a ser felices, a realmente
reconocerlo a Él como mi Padre amadísimo y abandonarnos como nuestros hermanos
menores “niños recién nacidos en las
manos amorosas de Dios”
Qué
difícil es también luchar contra éste sentimiento; éste sentimiento que nos
hace a la vera del camino y nos construye en espectadores de la misericordia,
expertos en hablar del amor de Dios, pero, no podemos realmente sentirlo, es
entonces Dios una idea en nuestra mente, no una persona duramente aferrada en
nuestro corazón, llenándolo de alegría y paz; “Es nuestro corazón demasiado ambicioso y no se llena con nada, sólo con
Dios que es en realidad la medida exacta de él.”
También
nos hemos convertidos en piedras para el camino de nuestro hermano, “somos los hijos obedientes del Padre” pero,
en realidad cuando alguien quiere referirse a Dios en nosotros, no puede
encontrar más que hipocresía, incoherencia de vida, ojos tristes porque están
demasiado lejos de casa y, por eso la casa del Padre se está quedando sola.
Finalmente
Henri. J Nouwen encarna la tercera persona del cuadro de Rembrandt, el Padre.
Aquí nos situaremos muy poco, pues, este el punto a llegar después de haber
encarnado cada uno de los hijos, ya que, no se puede quedar con la misericordia
que recibió en su corazón y alojarla allí sola para él, dejando que se llene de “telarañas” enfriándose y
muriéndose. Así no es la persona del Padre que Rembrandt retrató, es un Padre
caluroso, amoroso, y lleno de luz que no es capaz de quedarse con todo esto
solo, tiene la necesidad cariñosa de transmitirla y regarlas por toda la
humanidad. Aquí es donde Nouwen se concientiza realmente de lo que es el
ministerio sacerdotal que había recibido.
En
conclusión quisiéramos centrar la atención en uno de los aspectos que Henri J.
Nouwen expuso: “en la parábola del hijo
pródigo se sintetiza lo que es el Evangelio”
Es
precisamente una realidad innegable, porque, cuando observamos el mundo nos
damos cuenta que está dividido en tres tipos de personas: “hijos menores, hijos mayores y padres” Los hijos menores son todos
aquellos que ha decidido rotundamente salir de la casa, abandonar la fe y
sumirse en la búsqueda de casas en el mundo; son aquellos que experimentan el
dolor de no encontrar respuesta y que tontamente se desgastan en agradar a los
demás, sin tener conciencia de que le agradan al Padre, más que agradar son
queridos por el Padre, más aun que queridos son amados por el Padre.
Los
hijos mayores son todos lo que viven en el interno de la Iglesia o de alguna
otra religión y que como habíamos dicho anteriormente solo conocen una “idea”
de Dios un evangelio utópico y no una experiencia personal con Él. Son por así
decirlo unos fariseos, estudioso de Dios, exegetas admirables y teólogos
ejemplares, pero en realidad no pasan de ser más que unos científicos fríos y
llenos de conocimiento que en realidad casi nadie escucha y que cuando hablan
los únicos los admiran y se deleitan con sus palabras son ellos mismos.
Finalmente
los Padres, aquellos que ya pueden decir “Ya
no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”y
con esta frase de San Pablo resumo la experiencia que viven cada uno de estos
santos hombres.